El texto que nos propone la liturgia de este domingo para meditar es del Evangelio de San Marcos (10, 2-16) que, en un primer momento, hace una clara referencia al segundo relato de la pareja humana: «El Señor Dios ha dijo: No conviene que el hombre esté solo; Le daré una ayuda similar a él» (Gen 2:18); la primera narración, sólo para recordarnos, es aquella en la que se dice que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza; «Varón y hembra los creó» (cf. Gn 1, 27). Ahora bien, lo que Jesús quiere es que haya respeto entre las parejas: que el marido no haga con su mujer lo que le apetece hacer, como si fuera cualquier otro objeto o juguete. Afortunadamente, en nuestros días, hay personas y movimientos que se han dedicado a luchar por la igualdad de derechos y deberes entre hombres y mujeres, pese a ello continuamente estamos escuchando denuncias de violencia en los matrimonios y en las relaciones de pareja.
El Evangelio de este domingo nos enseña dos cosas fundamentales: la fidelidad y la hospitalidad. Como seres dotados de inteligencia, sabiduría y entendimiento, debemos aprender y saber ser fieles, leales y rectos a nuestros principios, propósitos y compromisos; Lo mismo podemos decir también en relación con la hospitalidad: como cristianos, ante todo, es importante que tengamos la sensibilidad de acoger y cuidar al prójimo, especialmente a los más débiles, porque de ellos es el reino de Dios.
  • ¿Cómo vivo la fidelidad en mi trato con las personas que me rodean? ¿Las considero un objeto útil e intercambiable?
  • ¿Acojo a aquellos que se acercan a mí pidiendo ayuda, escucha, atención o un poco de cariño?
Pidamos a Dios Padre, Jesucristo y Espíritu Santo que nos inspiren y nos enseñen a cultivar y mantener vivas en nuestro corazón estas dos virtudes: la fidelidad y la hospitalidad.

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